lunes, 21 de diciembre de 2009

Soledad

En el bar la noche transita por esa hora incierta donde nadie sabe por qué está donde está. Donde se echa de menos aquello que nos sobra.
La música retumba y se adueña del local. Suena muy fuerte, con más cantidad que calidad. En las mesas impera un ruidoso silencio: nadie puede oir a los demás. Luces de neón iluminan la barra pretendiendo dar brillo a una mediocre decoración.
Cuando se abre la puerta, una ráfaga de aire gélido inunda las mesas más cercanas. Dentro del bar, sin embargo, el ambiente es asfixiante. La atmósfera está cargada y una nube densa y turbia sobrevuela las abarrotadas mesas.
 En la del fondo hombre y mujer coinciden en un silencio triste y una mirada perdida. Apenas se mueven para dar un trago a su copa y volver a sus pensamientos. Amigos de mucho tiempo se han reunido para compartir  consuelos y penas de heridas que no cierran en el corazón. Y quisieran ser mutuo bálsamo para el dolor. Pero no saben cómo hablar, qué decir para aliviar ese sufrir que los aniquila, cómo parar ese aire que siempre encuentra resquicios para helarles el alma.
Ambos quisieran matar la soledad que angustia al otro. Pero los dos saben que no están  menos solos por estar con el otro, sino más solos por estar juntos. En la cruel matemática de la soledad se suman las angustias, pero ella no se resta. Al fin y al cabo, la soledad solo sabe contar hasta uno.


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